miércoles, 17 de abril de 2013

NO SABEMOS OBEDECER





Hay que convencer a los cristianos de que la obediencia a la palabra de Dios es bendición para cada uno de nosotros: nada más y nada menos. Dios es autosuficiente y no necesita nada de nadie. Sólo desea nuestro bien porque nos ama. Por ello nos salva, y quiere que reposemos en él eternamente.

Cuando quiere realizar algo por medio de alguno de nosotros, lo hace como y cuando quiere, y hasta la misma oración es obra de Él, que la pone en nuestro corazón y nuestra boca por el Espíritu Santo (Lucas 1:67)  Pero si tiene que responder a la oración, es porque ésta, y su propio objeto, ya están determinados en su soberana voluntad y libre decisión. (Proverbios 16:4) Él utiliza hombres con un llamamiento especial, después de haberlos escogido de entre los escombros del desolador sistema mundano.

Así escogió a Noé, a Abraham, Jacob, David, Elías y tantos otros. Eran hombres en medio de la idolatría y el olvido de su Creador. Hombres que de no ser llamados, hubieran sido unos tantos más de entre la confusión, la ignorancia, y el menosprecio de cuanto recordara o tuviera relación con el Dios viviente. Al ser llamados, obedecieron… y triunfaron. Su actitud unánime fue: e hizo lo que le fue mandado por Dios, en tanto que obedecieron a Su demanda: Mira que seas valiente para hacer lo que te mando. (Josué 1:7)

¡Ah, si Dios levantara hombres así en este tiempo! Y cuánta bendición se derramaría de parte de Dios si el hombre llamado, el cristiano, lo fuera de verdad y pudiera decirse de nosotros como de Israel: … e hicieron los hijos de Israel conforme a todas las cosas que Jehová mandó a Moisés. (Números: 4: 34)   Sería como decir: “e hicieron los cristianos todas las cosas que Dios les mandó por medio de su hijo Jesucristo”. Y fueron libres (Juan 8: 36).

¿No ha puesto Él en nuestro corazón alguna vez este deseo? ¿Y no hemos notado alguna vez que quizás seamos nosotros los hombres que El quiere levantar; los hombres llamados a obedecer?

Aquellos hombres de las Escrituras tuvieron que contestar al llamado de Dios, soberano e inapelable, y Él produjo por medio de ellos, de forma irresistible, la obra que en su corazón dispuso como Hacedor y «Director» (Jonás 3: 2-3)

Pero el cristiano de hoy no manifiesta poder ni fuerza, ni arrastra gente tras de sí (las excepciones honran Ia obra de Dios), por la sencilla razón de que Dios es, para ese tipo de cristiano, una minúscula parte de su pensamiento y su actividad.., apenas algo más de lo que representa para un incrédulo. (Éxodo 5: 2).

AMDG.

martes, 16 de abril de 2013

¿NOS SOMETEMOS A DIOS?

Jesús en la sinagoga de Nazaret

                                  

Nadie da, como explicación de Ia mortecina marcha de las iglesias, el hecho cierto y evidente de que muchos de los  cristianos padecen de “falta de interés” (No quiero que se me interprete como una generalización: ¡faltaría más!) Ciertamente conozco cristianos que, en muchas diferentes congregaciones, son ejemplos de como el interés por Cristo y su Palabra está patente en sus vidas, pero hay falta de interés por Ia persona de Cristo y su obra.

Y es que uno y otra no se aprecian en lo que valen, ni siquiera por aproximación. Falta, sin duda y lastimosamente, Ia valoración real y viva de Ia grandeza de Ia soberanía de Dios: por lo cual, ésta no se capta con Ia necesaria intensidad, ni Ia necesidad y Ia obvia conveniencia del sometimiento a su voluntad, claramente expresada en Ia Biblia. Hay dejadez y descuido.

Decimos que creemos en que ni un pajarillo está en olvido de Dios, pero actuamos como si nosotros fuéramos menos para Dios que cualquier pajarillo. Decimos con los labios lo que no creemos... todos lo sabemos, y lo que es más triste, a casi todos nos parece bien. Estoy dirigiéndome a los creyentes.

Cada uno cree que hace bastante con lo que hace, y hasta hay quien piensa que hace demasiado... actitud que convierte a muchos en engreídos y soberbios, menospreciando a los demás al amparo de la fanática convicción de su perfecta observancia de las ‘normas’ bíblicas hasta en su más mínimo detalle sin retener en cuenta el contexto y la época. Mucho del fanatismo y sectarismo que se atribuye a las congregaciones religiosas por parte de personas no creyentes, procede de éstas actitudes demasiado comunes por desgracia.

Casi todos piensan, conscientemente o no, que cuando hacen algo que ellos creen de valor espiritual, le están haciendo un favor a Dios. Olvidan que “siervos inútiles somos” (Lucas 17:10) Pero de verdad lo piensan. Lo hemos comprobado muchas, demasiadas veces. Cuesta convencer a los cristianos (muchos de los cuales lo son con tan buena intención, como grande es su ignorancia en Ia fe)  que el cumplimiento de las ordenanzas de Dios es para su bien.

No se trata de contentar a Dios para comprometerlo en cualquier cosa que a nosotros se nos ocurra, ni para que nos «deba un favor». Ni se trata de orar para que Él apoye nuestras, muchas veces, estúpidas pretensiones. De lo que se trata, es de conocer su voluntad expresada en las Escrituras, hacerla fielmente y comprobar su fidelidad y poder. De lo que se trata es de no sólo hablar a Dios, sino “escuchar atentamente” y lógicamente, ¡obedecer! (Deuteronomio 15: 5) Para eso es La Iglesia.


AMDG




lunes, 15 de abril de 2013

HEROÍSMO VACÍO ¿QUÉ DE NOSOTROS?



Año 1942, Isla de Guadalcanal, en plena guerra mundial. Dos potencias, América y Japón, se enfrentan en esta perdida isla del Pacífico. Los americanos desembarcan y los japoneses, apostados y tenaces tras sus fortificaciones se les enfrentan fanáticamente. La batalla ruge noche y día con terrible pérdidas por ambas partes.

En el Estado Mayor japonés, cuyos mandos están acostumbrados a continuos triunfos, reina Ia confusión por Ia inesperada marcha de Ia campaña. El coronel Kiyono lchiki, hombre valiente y con notable capacidad y experiencia, no consigue obligar a los americanos a reembarcarse y abandonar Ia isla, a pesar de su profesionalidad y de los denodados esfuerzos de sus colaboradores y sus tropas.

Sus hombres perecen a centenares en el curso de los encarnizados ataques que acometen, pero los americanos resisten, obstinados y bien pertrechados. ¡lchiki se suicida! Su honor le obliga ante su fracaso.

En el cuartel general japonés, cada uno de los generales japoneses expresa su opinión basada en su gran experiencia desde el comienzo de la, hasta entonces, victoriosa guerra. El general Kawaguchi lanza una lacónica opinión sobre el fracaso de los denodados esfuerzos de las tropas japonesas. Se limita a decir: “¡Falta de interés!” Y esto, a pesar de los fanáticos ataques, y las tremendas bajas sufridas por sus valientes soldados.
¡Falta de interés!

Esta frase nos puede hacer pensar a todos sobre Ia situación de los creyentes cristianos en Ia época actual. No conozco hoy a nadie que, por su fe, haya dado su vida y derramado su sangre, o que haya hecho esfuerzos tan heroicos y abnegados como aquellos japoneses que luchaban y morían de buen grado por su patria y su emperador. No unos pocos japoneses, sino una multitud. Millones de ellos.


Hay toneladas de tinta trazada en páginas muy eruditas y bien documentadas, que dan toda clase de explicaciones y dictámenes sobre la situación del cristianismo actual. Los optimistas creen que hay crecimiento. No vamos a contrariarles; que se molesten y echen cuentas. Pero mi criterio responde a una diagnosis sencilla y, lamentablemente, evidente: el denominador común de los males de tantas iglesias es... ¡Falta de interés!

domingo, 14 de abril de 2013

A MODO DE AGUIJÓN.

EL INDIFERENTE ESAÚ, A LA BENDICIÓN DE SU PADRE
 

Me atrevo a poner aquí una especie de admonición sobre la marcha del cristianismo, cuando observo la dejadez de tantos y la imagen que proyecta de sí misma. 

Es parte de un librito que hice hace ya unos veinte años. Entonces yo era más joven y estridente, y trataba con todas las confesiones que aceptaban la divinidad de Jesús. 

No estoy haciendo una acusación que me alcanzaría a mí también, pues estoy hecho de la misma pasta que todos, y en la dejadez de todos participo.

Pero tal vez habrá alguien que lea la Biblia, sea tocado por el Espíritu la creerá íntegramente, y al final dirá "esto es lo mío", y nos pondrá a todos los cristianos en un compromiso realmente incómodo.

Allá va el disparo. Perdón a todos los que hacen y a los que no hacen. No busco otra cosa, que avivar en el Espíritu a los cristianos de cualquier denominación, para que vayan a la verdad. A los que contemplan el misterio de Dios, y tienen varias maneras de concebirlo.
"Jesucristo es el Señor" y en esto nos basamos todos los cristianos. 

Que sea realmente como se ha dicho anteriormente es otra cosa. En los próximos escritos lo veremos todos.

No podemos calificar a nadie, porque eso es oficio de Dios. Él sabe. Confiemos en su criterio y vivamos en paz. Nadie se sienta acusado. 

Todos se sientan concernidos y amonestados. 

Si este escrito ofende a alguien no es mi intención. Solo que pienso que si consigue que alguien comprenda y rectifique, doy por buenas las críticas y los reparos que otros pongan. 

De ninguna manera, quiero salirme de la ortodoxia cristiana. Admito refutaciones argumentadas y serenas de quien sepa mejor que yo de estas cuestiones.

Solo me limito a hacer la llamada de Jesús.- ¡Seguidme! 

AMDG   

miércoles, 6 de febrero de 2013

OBEDIENCIA Y AUTORIDAD.

EL CENTURIÓN Y JESÚS

A la compañía de Dios, a su gloria se pasa por el camino estrecho, por la senda angosta, la entrada difícil de la humillación. Como el Cristo y a través del Cristo. Por la entrada angosta del silencio ante la ofensa; de callar cuando podemos vindicarnos, dejando que sea Dios el que nos justifique. 

Así hasta la gloria de Jesús en su plenitud. Porque cosas que ojo no vio ni oído oyó ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para aquellos que le aman. (1ª Corintios 2:9) Amar a Dios y no ser humilde no puede ser.

El que no es humilde no ama a Dios. La suprema instancia, el supremo poder, la suprema bondad y la suprema soberanía. Si se reconocen los atributos de Dios de forma sincera, seremos consecuentemente humildes en la medida de la plenitud de este reconocimiento. Sabiendo quién es El, y quién somos nosotros. 

Pedimos a Dios que nos quite algún aguijón de la carne que nos mortifica, y el Señor contesta a veces... mi gracia te basta; (2 Corintios 12:9) y nos debe bastar. Solamente con esa gracia y bajo la autoridad de Dios, somos lo que somos; rebaño escogido de nuestro Señor.

Cuando el centurión pidió a Jesús con toda fe que le curase su criado enfermo, le dijo: yo también soy hombre puesto bajo autoridad. (Lucas 7:8) El era hombre puesto bajo autoridad: la que en aquel lugar tenía delegada del emperador romano. Si aquel hombre hubiese dejado el oficio de centurión romano, hubiera por tanto quedado despojado de autoridad, puesto que él, por sí propio, era un hombre como otro cualquiera. 

Los soldados obedecían sus órdenes, porque eran las órdenes del emperador delegadas y dadas a través de este centurión. Sometiéndose él a la autoridad del emperador, tenía toda la autoridad de este. Así, también, pudo reconocer a Jesús como autoridad.

Observemos como un soldado conoció que Jesús tenía autoridad mejor que los religiosos de su tiempo. Conoció que tenía autoridad como él, porque observó que, como él mismo, también Jesús estaba sujeto bajo autoridad. Había un poder inmenso que respaldaba la autoridad de Jesús, y el centurión tuvo la acertada visión de comprenderlo: entendió que Jesús se sometía a otra autoridad suprema y, por lo tanto, podía hacer aquello que le pedía.

Ni sus mismos compatriotas, los judíos rebeldes a todo lo que no fuese su arbitraria interpretación de la ley, comprendieron tan claramente como aquel soldado extranjero. Sólo los humildes y bajos del pueblo entendieron a Jesús, pues decían ante sus obras portentosas y su doctrina que enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas. (Marcos 1:22) Jesús se sometió totalmente a la Ley, la avaló y fue avalado por ella. A ella acudió humildemente para confirmar su ministerio. Un ejemplo... como en todo.


AMDG


sábado, 2 de febrero de 2013

CRISTO, EL SÍ Y EL AMÉN




En Jesús no hubo «sí o no». El fue el Sí y el Amén ante el Padre. (2 Corintios 1:20) Así debemos nosotros ser también. Sí, Padre; amén, Padre, ante lo que el Padre disponga o haya hecho. Es un: ¡Sí, Padre: hazlo!; ¡Amén, Padre, por que lo has hecho! Humillaos ante el Señor y El os exaltará cuando fuere tiempo. Así amonestaban los apóstoles Santiago y Pedro en sus cartas. 


Para que el Señor nos exalte tenemos que humillarnos delante de El, reconociendo nuestra nulidad para cualquier buena obra, sin que el Espíritu la haga en nosotros o por medio de nosotros. Nosotros no, sino el Espíritu de Cristo en nosotros.


El Señor trata continuamente nuestra naturaleza orgullosa. Es el mismo Dios el que hace que Cristo sea formado en nosotros. Siendo como es así, podremos comprender mejor y asimilar más y más el mandamiento del humilde Cordero de Dios. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas.


Nuestra humildad hará que nuestras cargas sean más descansadas, aceptando llevarlas con Jesús. Humilde, pero poderoso compañero. Lo que no podemos llevar solos, es posible y fácil llevarlo unidos al mismo yugo de Jesús. El no querer ser nada ante Él, es la mayor gallardía y demostración de poder espiritual en el creyente, y su finalidad más alta. La mayor bendición de la vida cristiana. El vaso donde Dios pone su gracia, su amor y realiza su obra.


Todo se ha escrito en la Biblia para nuestra admonición; para interpelarnos. Avancemos por el terreno de la humildad, ciertamente despreciada y hecha motivo de risión de los hombres, pero el atributo más sublime de Jesús. El que era con Dios, el que era en forma de Dios, el Hijo de Dios, se humilló desde su altura, desde su trono alto y sublime junto al Padre y tomó forma humana; se hizo hombre.


La más grande humillación imaginable; algo que aún no hemos terminado de discernir todavía. De hijo eterno, a hombre, y siendo hombre también se humilló, haciéndose servidor de todos y entre todos. Y siendo servidor de todos, siguió humillándose hasta morir en la cruz.


Ese paso de humillación fue el paso que lo llevó a la gloria presente. Victoria de la cual participamos los creyentes que adoptemos la humildad como raíz y principio de toda virtud, como origen de todo don, como paso necesario para la imitación de nuestro Señor Jesús el Mesías, y así participar también en su gloria.


Muchos hay que con cierta sorna y precisamente porque me aprecias me dice: ¿pero tú que sabes tanto, crees en la gloria y en el infierno? Yo les contesto: si no hay gloria ni infierno no tiene objeto vivir, y además creo que para pasarlo mal en la bendita tierra de Dios contaminada por los hombres es mejor irse y bajarse del tren en el que vamos todos.

AMDG



jueves, 31 de enero de 2013

¿EXIGIÓ CRISTO DERECHOS O PRIVILEGIOS?




Así también vosotros consideraos muertos al pecado,
pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro.
(Romanos 6:11)


Un muerto no odia ni es soberbio, pues es totalmente impotente. No puede hacer nada ni en contra ni a favor de su vivificación, pero Cristo ya puede operar en él sin resistencias y acabar su obra sin impedimento. Porque el impedimento invariablemente somos nosotros.

Gracias a Dios por su don inefable. Pablo, en su propia experiencia sufrió, como Jeremías, el asalto amoroso de Dios. Fue seducido, y de nada le valió dar coces contra el aguijón, así como a Jeremías no le dejaba el fuego abrasador que no pudo resistir.

Así, cuando hablaba a los creyentes, pudo Pablo invocar la mansedumbre y la ternura de Cristo (2ª Corintios 10:1)  como el mayor poder que podía esgrimir para poder llevarlos a la obediencia. Y en su experiencia, comprobó que su caída ante el Señor era el mejor triunfo sobre su legalismo y justicia propia. Me gloriaré en mis debilidades. (2ª Corintios 12:10)

La gran Obra del Señor solo se haría en su debilidad. Cuanto más débil era, más fuerte se sentía porque sobre él reposaba y actuaba el poder de Cristo. Era la sustitución de su propio orgullo religioso, por la humildad que se deja manejar por el Señor. La mayor obra de la creación, el hombre nuevo creado, según Dios, en la justicia y santidad de la verdad. (Efesios 4:24) Y, ¡alabado sea Dios!, también es nuestra experiencia.

A Pablo, esta experiencia le sirvió para mantenerle en la humildad, así como nuestra propia experiencia a nosotros. No temamos ser reiterativos sobre esta verdad, pues nunca será ocioso ni suficiente insistir e insistir. Confundir pobreza con humildad es un error que noto que se perpetra en cada escrito que leo.

Pablo pidió por tres veces a Dios que le quitara un aguijón en su carne. Pero Dios le dio, por toda respuesta: bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad. (2ª Corintios 12:9) ¡Cuántas implicaciones podemos derivar de ésta declaración de Dios! Pero todas nos llevan adonde el Señor quiso llevar a Pablo: a la perfecta y constante humildad.

En este campo, Dios trabaja a su sabor y realiza sus maravillosos prodigios. De la nada, creó al principio, y de la nada crea ahora el hombre nuevo. De ahí la importancia de hacernos nada. Y esa nonada es nuestra vocación y nuestra gloria. Lo que hagan otros no es de nuestra incumbencia pues no debemos juzgar, usurpando el oficio de Dios.

Si el Cristo se hizo carne habitó y sufrió entre nosotros descendiendo desde su inconmensurable altura, ¿Que nos creemos ser nosotros para ostentar orgullo y rebeldía, cuando él se rebajó hasta hacerse servidor de todos nosotros?

AMDG