Hay que convencer a los cristianos de que la
obediencia a la palabra de Dios es bendición para cada
uno de nosotros: nada más y nada menos. Dios es
autosuficiente y no necesita nada de nadie. Sólo desea nuestro bien
porque nos ama. Por ello nos salva, y quiere que reposemos en él eternamente.
Cuando quiere realizar algo por medio de alguno de
nosotros, lo hace como y cuando quiere, y hasta la
misma oración es obra de Él, que la pone en nuestro corazón y nuestra
boca por el Espíritu Santo (Lucas 1:67)
Pero si tiene que responder a la oración, es porque ésta, y su propio objeto, ya están determinados en su
soberana voluntad y libre decisión. (Proverbios 16:4) Él utiliza hombres
con un llamamiento especial, después de haberlos escogido
de entre los escombros del desolador sistema mundano.
Así escogió a Noé, a Abraham, Jacob, David, Elías y
tantos otros. Eran hombres en medio de la idolatría y el olvido de su Creador.
Hombres que de no ser llamados, hubieran sido
unos tantos más de entre la confusión, la ignorancia, y el menosprecio de
cuanto recordara o tuviera relación con el Dios viviente. Al ser llamados, obedecieron… y triunfaron. Su actitud unánime fue: e hizo lo que le fue mandado por Dios, en tanto
que obedecieron a Su demanda: Mira que seas
valiente para hacer lo que te mando. (Josué 1:7)
¡Ah, si Dios levantara hombres así en este tiempo! Y cuánta bendición se derramaría de parte de Dios si el hombre
llamado, el cristiano, lo fuera de verdad y pudiera decirse de nosotros como de
Israel: … e hicieron los hijos de Israel conforme a
todas las cosas que Jehová mandó a Moisés. (Números: 4: 34) Sería como decir: “e
hicieron los cristianos todas las cosas que Dios les mandó por medio de su hijo
Jesucristo”. Y fueron libres (Juan 8: 36).
¿No ha puesto Él en nuestro corazón alguna vez este
deseo? ¿Y no hemos notado alguna vez que quizás seamos
nosotros los hombres que El quiere levantar; los hombres llamados a
obedecer?
Aquellos hombres de las Escrituras tuvieron que
contestar al llamado de Dios, soberano e inapelable,
y Él produjo por medio de ellos, de forma irresistible, la obra que en su
corazón dispuso como Hacedor y «Director» (Jonás 3: 2-3)
Pero el cristiano de hoy no manifiesta poder ni
fuerza, ni arrastra gente tras de sí (las excepciones
honran Ia obra de Dios), por la sencilla razón de que Dios es, para ese
tipo de cristiano, una minúscula parte de su
pensamiento y su actividad.., apenas algo más de lo que representa para
un incrédulo. (Éxodo 5: 2).
AMDG.